DIOS TIENE UN CUARTO DE ESPERA.
2ª de Corintios
12:2-6 (RV60)
12:2 Conozco
a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo
sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo. 12:3 Y conozco al
tal hombre (si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe), 12:4
que fue arrebatado al paraíso, donde
oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar. 12:5
De tal hombre me gloriaré; pero de mí mismo en nada me gloriaré, sino en mis
debilidades. 12:6 Sin embargo, si quisiera gloriarme, no sería insensato,
porque diría la verdad; pero lo dejo, para que nadie piense de mí más de lo que
en mí ve, u oye de mí.
Las palabras de Pablo sin duda son
extrañas, cuando
Dios lo tuvo en espera preparándolo para el trabajo que tenia que realizar, sin
duda alguno tuvo que encontrarse con Dios, este siervo lo refiere como que fue
arrebatado al tercer cielo, y fue arrebatado al paraíso, sin duda alguna
tremendas palabras porque quien de nosotros puede afirmar esto, o quien tiene
la gracia que Pablo tuvo, no dudo que el Señor puede hacerlo con quien quiera y
en el lugar que el quiera pero lo que me gustaría obtener de enseñanza es como
se comporto este Siervo que encontró en la humildad uno de los aspectos mas
importantes de cómo conducirse reconocer mas bien sus propia debilidades y
meditar en ellas fue mucho mas sano y alentador que pensar en lo privilegiado
que había sido.
Una sola vez en su vida contó san Pablo que tuvo una
experiencia mística sobrenatural, y que fue “arrebatado al cielo”. Los detalles
están en la segunda carta que escribió a los corintios (2 Corintios 12, 2-4).
Sin embargo, no parece contarla gustosamente sino más bien obligado por ciertas
circunstancias.
¿Por qué razón? ¿Qué llevó a Pablo a silenciar aquel misterioso éxtasis, que lo elevó hasta el tercer cielo, le hizo ver cosas insólitas, y que nunca quiso contar? Para entenderlo, debemos tener en cuenta los sucesos que movieron a Pablo a escribir esa carta.
Era el invierno del año 55. El apóstol se hallaba en la ciudad de Éfeso (actual Turquía), predicando y tratando de afianzar la comunidad cristiana recientemente fundada en la ciudad. Mientras evangelizaba, le llegaron noticias de los graves desórdenes que estaban ocurriendo en Corinto. ¿Qué había pasado? Después de que Pablo se había marchado de allí para dirigirse a Éfeso, se habían presentado unos misioneros cristianos que, aprovechando la ausencia de Pablo, se instalaron en la ciudad y se pusieron a hablar mal de él.
Termina Pablo su breve confesión de revelaciones con
una frase estremecedora: “Por eso me
alegro en las debilidades, en los insultos, en las necesidades, en las
persecuciones, y en las angustias sufridas por Cristo; porque cuando soy débil,
entonces soy fuerte” (12, 10).
Estas palabras constituyen, sin duda, una humillante bofetada a la pretensión de los misioneros intrusos de Corinto. Ellos basaban su prédica en mensajes que recibían con videncias y fenómenos místicos, exacerbando la curiosidad de los creyentes cristianos que los escuchaban. Así pretendían asegurar que sus enseñanzas procedían directamente del Cristo que está en la gloria. Pablo, en cambio, dice que es el Cristo de la cruz el que revela la verdadera fuerza del hombre, el verdadero poder, porque sólo Él con su testimonio es capaz de volver fuerte cualquier angustia humana.
Sin duda alguna el tiempo
que Pablo estuvo a la espera influyó en estos eventos y preparo adecuadamente
su mente y corazón para enfrentarlos, tal vez nosotros mismos estemos siendo
preparados por Dios en la espera para cuando llegue el momento adecuado Dios
nos utilice.
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